Málaga, semana 1: Soft Landing
Las aventuras y desventuras de dos madrileños que se van al sur a ganarse la vida y comer pescaíto frito
Cuando te imaginas llegando a vivir a una nueva ciudad, te ves a ti mismo/a como en las pelis americanas: al bajar del tren te da el sol en la cara y sonríes mientras te quitas las gafas a cámara lenta; sacudes tu melena y comienzas tu aventura libre de preocupaciones al ritmo de algún hit de los ochenta1
No te imaginas que al pisar por primera vez2 la ciudad que será tu nueva casa no habrás terminado de sorberte los mocos.
Dejar atrás más de diez años de vida no es fácil, amigas. Y a mi me pegó justo al pasar por Puertollano. Pensé: esto es. El final del capítulo. De todas las ventajas que nuestra sociedad dispone para los señoros, estar en contacto con tus emociones no es una de ellas. Por eso tardé dos horas en echarme a llorar desde que dejamos nuestra casa (y nuestra vida) en Madrid, supongo.
Cuando llegamos a María Zambrano era de noche, estábamos solos y hacía frío. Ni gafas de sol, ni glamour, ni ná.
Nunca te fíes de las pelis yankis.
Hace 9 meses que Olga –mi pareja desde hace algo más de dos años– empezó el proceso de selección para uno de esos trabajos que no puedes rechazar. En octubre (¡por fin!) le hicieron la oferta formal con un pequeño pero: semi-presencial y a 533 km de casa. Previsores como somos, ya llevábamos un tiempo perparándonos para lo impreparable.
Olga decía que iba a llevar la mudanza un poco mejor que yo (que voy por mi mudanza número 26, si no me equivoco), pero no llevaba ni dos minutos en Málaga cuando sufrió el primer cultural shock; me dijo, entre molesta y confusa: “¿por qué todo el mundo me habla tanto y sonríe todo el rato?”. Y es que los clichés son clichés por algo: dice la mamá de Julia que un estudio3 listaba Málaga como la ciudad europea donde más se sonríe.
Para Olga, madrileña de pura cepa, es natural morderle la cara a un señor si te pregunta la hora por la calle; yo, por el contrario, que me he criado a la verita del Mar Menor, pude observar la transformación de mi carácter en mis dos mudanzas a Madrid4 como quien ve una película larga e insoportable en una sala de cine de la que no sabes salir porque la salida no está rotulada: primero empiezas a desconfiar de todo el mundo, luego a andar con caraperro, dejas de saludar en los sitios y finalmente te llevas la mano al bolsillo y/o la riñonera de manera casi automática cuando compartes 1 m³ con más de 0 personas.
En mi humilde opinión de madrileño adoptado, todas las cosas buenas que tiene Madrid (¡que las tiene!) no compensan la contaminación, la infravivienda impagable y el hecho de que gran parte de tus vecinos hayan elegido como presidenta a una mamarracha borde, cruel y macarra. Madrid pasa factura (en todos los sentidos), y después de 5 días en Málaga ya noto que bajaron mis niveles de cortisol; uso menos el inhalador porque respiro mejor, no tengo dolores de cabeza y siento que no me será difícil integrarme.
…o sí, quién sabe.
Excusatio non petita…
Si me sigues en Twitter, sabrás que pienso que los newsletters son una cosa hortera y boomer. Nadie quiere leerte contar tu vida o sumarizar los artículos que has leído esta semana en Medium, sospechando además que tienes la esperanza de acumular una audiencia medio decente a la que venderle cosas para dejar de trabajar y vivir del cuento hacerte content creator o simplemente acumular capital social.
Así que me veo en la obligación de explicar por qué leches estás leyendo un newsletter de mi puño y letra.
He empezado a escribir por cuatro5 razones: la primera, porque es terapéutico. Sentarme cada poco a reflexionar sobre la decisión que he tomado y sus consecuencias es un ejercicio que nunca debí abandonar. La segunda, porque creo habrá gente ahí fuera que pueda beneficiarse de hacer (parcialmente) público este proceso.
Por ejemplo: tengo una amiga que se muda con su pareja y su hijo pequeño a otra ciudad, y me preguntó hace poco (preocupada por el peque) qué tal llevé yo cambiarme de cole tantas veces; le conté que lo llevé muy bien, porque ahora tengo muchos amigos en muchos sitios distintos.
En 2017 documenté mi mudanza a Berlín, con sus luces y sus sombras, y si mi yo del pasado viese los vídeos… quizá no se habría acabado mudando. O sí, pero con una idea más clara de qué esperar: aventuras, desamores, depresión y crecimiento personal. Precariedad y frío.
Nunca llegué a publicar Berlivo: Ivo en Berlín (ya, el naming no es lo mío), así que me comprometo a sacar este newsletter cada semana. Conmigo mismo, aunque sea.
¿Qué vas a encontrar aquí? Pues lo que has visto y algo más: reflexiones, experiencias, bromas de mierda y alguna recomendación culinaria. Si ves que es para ti, apúntate y así siento que hay gente al otro lado de la pantalla, que nunca viene mal cuando estás solo en una ciudad que no conoces.
Si por el contrario ves que no va a ser para ti y aún así has llegado hasta aquí: gracias por leerme y que tengas una buena tarde.
Nos leemos la semana que viene. O no.
Si tienes 28 o más años.
Desde la última vez que vine, quiero decir.
Pásamelo si lo encuentras.
Una en 2006 y otra en 2013; unos 14 años en total, intermitentemente.
Las otras dos razones que no he listado arriba son, evidentemente, acumular capital social y acabar viviendo del cuento.
Lo mejor que nos podía pasar era que te hicieras una newsletter.
Disfruta de mi Málaga, seguro que te cuida muy bien a pesar de sus precios desorbitados. ❤️
¡Benvenuti a Málaga!
No voy a negar que no haya leído: "Excusatio non perita…"
Como curiosidad, yo empecé el 2 de enero también a escribir, solo que lo hago diariamente en un cuaderno con un boli bic :)