Málaga, semana 3: mercados, cuarentenas y un trocito de historia
El encanto de las callecitas de Huelin, un paseo por los mercados de abastos y una peligrosa historia de amor
Si la vida te da limones…
El tiempo esta semana ha sido… algo menos que ideal. Estamos todavía en nuestra casa provisional, que está enfrente de la playa de Huelin, y los vientos que vienen del mar y golpean la fachada del edificio a 70km/h hacen que dormir, trabajar o simplemente existir sea complicado.
Para sacarle partido a lo bueno que tiene Málaga (el mar) y a lo malo (el viento), he estado unos días pensando cuánto costará un velero, pero… no quiero mirarlo, porque prefiero la fantasía a la dura realización de que no me lo puedo permitir. O lo que sería aún peor: descubrir que sí me lo puedo permitir1.
La mejor forma de arruinar una fantasía es cumplirla, ya sabes.
Quizá esta fantasía sea una forma de escapar de la sensación de estar atrapado que he tenido estos días, porque… sí, he estado (intermitentemente) atrapado en casa desde el martes. El viento amenazaba con mandarme a Cádiz volando, y me consta que más de uno ha tenido un accidente serio2
El fan
El lunes (el único día que salí a trabajar fuera de casa) al llegar al co-working, Paula de recepción me dijo, extrañada: tienes un fan que ha venido a preguntar por ti. Pensé: “ya está, han venido a matarme”, y me pasé la mañana pendiente por si veía a un señor calvo con traje negro3. El que se acercó a mi mesa finalmente era un chaval muy majo que por lo visto me sigue en redes desde tiempos inmemoriales4 y que, por caprichos del destino, trabajaba en Monday hasta ese mismo lunes.
Hablé un ratito con él y con su compa y luego me volví a casa para refugiarme del vendaval y activar el modo cueva indefinidamente.
Moraleja: si quieres matar a alguien, manda a un chaval majete en lugar de a un señor calvo con traje negro; le pillará con la guardia baja.
La cuarentena intermitente
El miércoles llevaba ya dos días encerrado en pijama (y dando asco), así que cuando me dijeron unos coleguis de Madrid que iban a estar esa tarde a 15 minutos de casa, no me pude resistir a romper la cuarentena. El viento amainó, además, así que Olga y yo solo tuvimos que soportar la lluvia y el frío en el camino a donde habíamos quedado: La Fábrica (de Cruzcampo), donde sirven distintas variedades de la cerveza más polarizante de España.
Para hacer honor a los clichés (que de eso va este newsletter), la camarera me dijo: “no te recomiendo probar la número 6, está francamente mala”.
La probé.
Tenía razón5.
El resto de la semana estuve en casa acordándome del Silent Hill 4 (The Room) y jugando en mi Steam Deck a Project Warlock (un boomer shooter que hizo un chaval de 18 años) y a The Surge (una especie de Dark Souls sci-fi que pasó sin pena ni gloria cuando salió en 2017)
Mercados y plantas
Sábado por la mañana, cuando ya había amainado el temporal, me bajé al mercado de Huelin a comprar cositas a granel, que es lo que nos gusta a Olga y a mi. Hace meses que cambiamos el Lidl y el Mercadona por tiendas como la Slow Shop de Belén (en Embajadores) y el mercado de Tirso de Molina (en Puerta del Ángel), donde llevábamos nuestros tuppers y botes de cristal vacíos para volvernos a casa cargados de garbanzos, avena, café, nueces y pescado fresco.
No solo nos gusta comprar así por el compromiso con el medio ambiente (en el Carrefour viene hasta el brócoli envuelto en plástico, no sé cómo no se les cae la cara de vergüenza), es que también comemos más sano y variado. ¡Y es diver llegar a casa y sacar 20 botes de colorines llenos de cosas ricas de la mochila! Por no hablar de que comprándole directamente a Belén la soja que cultivan unas tías en Extremadura sabes que tu dinero no acaba en manos indebidas6.
De camino al mercado me di cuenta de una cosa que si sigues el lore7 de esta cuenta sabrás por qué me resulta especialmente dolorosa: las callecitas de Huelin están llenas de casas bajas con macetas en la puerta que permanecen inrobadas.
Son bastante lindas, aunque hay partes del barrio que se ven algo descuidadas. Todavía no tengo suficiente contexto como para saber por qué, así que si me estás leyendo y quieres contarme algo sobre política municipal, te invito a un café.
Aprovecho para dejarte una fotito de las únicas plantas que me han sobrevivido las dos mudanzas:
El mercado de Huelin no se parece a los mercados que frecuentábamos en Madrid, que eran más espacios gastronómicos que otra cosa. En Puerta del Ángel podías comprar jamón en la charcutería de Cristóbal y tomarte una cerveza artesana en el puesto de al lado. En el mercado de Vallehermoso tenías bocadillos de pastrami por el módico precio de un (1) riñón.
Aquí, la mayoría de puestos son pescaderías, y todavía no hemos aprendido a distinguir cuáles son buenos y cuáles no. En cualquier caso, aquí va un consejo: pregunta los precios antes de nada. Como las señoras.
Fijarse en lo que hacen las señoras es siempre buena idea, en general.
La quedada imposible
Si leíste el anterior boletín, sabrás que el viernes íbamos a conocer a Carmel, Irene y Uve, pero el vendaval subió el volumen a 11 y a última hora Ire nos mandó un video de su fachada cayéndose a pedazos. ¡Fueron los bomberos y todo! Al final, quedamos solo con Ire el domingo y fuimos a comer a La Caverna, que es de los dueños del Taró. El menú: tataki, sardinas, carrillada, croquetas y un poco de arroz.
Hacía tiempo que no conocía a una tía tan guay: nos contó sus batallitas diseñando proyectos imposibles, hablamos de la situación de la vivienda en Málaga y nos explicó lo que es el Terral, el viento del noroeste que hace subir los termómetros hasta 47 and beyond. He robado de por ahí esta imagen que explica cómo funciona:
El domingo también vimos a Chechu, que es un chaval (transicionando a señor, ojo) al que conocí hace años en Madrid porque organizaba Open Source Weekends. Fuimos a pasear con él por el paseo marítimo y nos sorprendimos de que llevando en Málaga más de 9 meses no conociese la historia de la Torre Mónica. Prometí contarla la semana pasada, así que este arco narrativo me viene perfecto. ¡Chúpate esa, Nolan!
Torre Mónica
En 1992 (o 1993), Mónica y José Carlos llevaban un tiempo siendo novios. Tampoco demasiado, porque no tendrían más de 15 años, pero la cosa iba muy en serio: después de una pelea y viendo que su relación peligraba, José Carlos compró 5 kilos de pintura blanca y se subió a la chimenea de Los Guindos en la playa de San Andrés –uno de los vestigios de la Málaga industrial del siglo XX– para pintar uno de esos mensajes románticos que pintas cuando tienes 15 años (sí, servidor también lo ha hecho): “Mónica TQ”
La chimenea de Los Guindos, conocida desde entonces como Torre Mónica, mide ciento seis putos metros. El notas escaló ciento seis putos metros y se descolgó con cuerdas para pintar “Mónica TQ” en la fachada de la chimenea, aunque quizá se quedó sin pintura, quizá sin energía, porque no llegó a pintar ni la T ni la Q.
En 2007, el ayuntamiento rehabilitó la chimenea y borró la pintada, pero si lo buscas en Maps…
No le salió mal la jugada, porque Mónica y él siguen juntos 30 años después8, por lo visto. Aún así, me veo en la obligación moral de decir que no intentéis esto en casa, niños. Morir es más fácil de lo que parece.
…y para cerrar
Dos cositas: la primera, que Carlos y yo vamos por segundo año consecutivo al SOSZ, en Zaragoza. La anterior edición fué tan guay que Carlos grabó una crónica sonora (nunca la llegó a sacar, el tío) y yo escribí una carta de amor (que nunca llegué a publicar porque mi blog está muerto). La segunda: he comprado butano por Internet. Nunca pensé que compraría butano, mucho menos por Internet. Realmente vivimos en el futuro, amigas.
Por supuesto tuve que buscar en YouTube cómo cambiar la bombona:
Como siempre: gracias por leerme. Nos vemos la semana que viene <3
Al final lo miré y valen lo que una casa, así que DESCARTADO
Sí, me estoy posicionando: no me gusta la Cruzcampo.